Es muy
impactante vivir en carne propia los vicios que tiene el hombre, ya sea padeciéndolos
o presenciándolos. Desde hace un tiempo, poco a poco van destruyéndose a si
mismos, de manera inconciente, pero a la vez, se sienten contentos con su
actuar.
Podemos concluir que hay dos facetas del
consumismo, las abiertas y las cerradas. Al hablar de las cerradas, nos
referimos a aquellas que se tienen que cohibir del resto, como por ejemplo, los
alcohólicos o los drogadictos. Personalmente, los entiendo y avalo mas a estos,
que, en cierto modo, se escapan del común denominador, dándole un giro mas
toxico a su vida. Estos se ven censurados, discriminados y desterrados de la
vida normal, por haberse hecho a un costado con los hábitos que tiene el hombre
común de seguir la normativa de una vida saludable y apropiada para su existir,
aunque algunos coexisten entre estos dos mundos, pero claro, de manera incógnita.
Por otro lado, tenemos al consumista abierto,
que en el centro de sus pensamientos, tiene etiquetada la compra, y sobre eso,
todo su entorno se amolda según a lo que haya comprado, o lo que esté aspirando
a comprar. Sin embargo, estos están socialmente tan aceptados, que no se dan
cuenta que su adicción los tiende a romper de manera fría y absurda, dejándolos
en un estado de sosiego que transforma al comportamiento en automático. Las
banalidades que los conmueven y los motivan son tan relevantes como razonables,
es decir absolutamente nulos. Al mismo tiempo, generan miseria para sus almas, para
sus mentes y para todo lo que lo rodea. Dejaron de lado lo hermoso para encerrarse
en la ficción que tanto los alimenta, aspirando una imagen utópica de
felicidad, dejándolos cada vez mas miserables ante lo que realmente puede
nutrirlos de verdad, siendo escoria para todo lo que realmente está aquí para
sacarlos de la esclavitud colectiva.
Entonces ¿quién es el esclavo? ¿El adicto a las
drogas o el comprador compulsivo?
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