lunes, 8 de febrero de 2016

El castigo de consumir.



            Es muy impactante vivir en carne propia los vicios que tiene el hombre, ya sea padeciéndolos o presenciándolos. Desde hace un tiempo, poco a poco van destruyéndose a si mismos, de manera inconciente, pero a la vez, se sienten contentos con su actuar.
Podemos concluir que hay dos facetas del consumismo, las abiertas y las cerradas. Al hablar de las cerradas, nos referimos a aquellas que se tienen que cohibir del resto, como por ejemplo, los alcohólicos o los drogadictos. Personalmente, los entiendo y avalo mas a estos, que, en cierto modo, se escapan del común denominador, dándole un giro mas toxico a su vida. Estos se ven censurados, discriminados y desterrados de la vida normal, por haberse hecho a un costado con los hábitos que tiene el hombre común de seguir la normativa de una vida saludable y apropiada para su existir, aunque algunos coexisten entre estos dos mundos, pero claro, de manera incógnita.
Por otro lado, tenemos al consumista abierto, que en el centro de sus pensamientos, tiene etiquetada la compra, y sobre eso, todo su entorno se amolda según a lo que haya comprado, o lo que esté aspirando a comprar. Sin embargo, estos están socialmente tan aceptados, que no se dan cuenta que su adicción los tiende a romper de manera fría y absurda, dejándolos en un estado de sosiego que transforma al comportamiento en automático. Las banalidades que los conmueven y los motivan son tan relevantes como razonables, es decir absolutamente nulos. Al mismo tiempo, generan miseria para sus almas, para sus mentes y para todo lo que lo rodea. Dejaron de lado lo hermoso para encerrarse en la ficción que tanto los alimenta, aspirando una imagen utópica de felicidad, dejándolos cada vez mas miserables ante lo que realmente puede nutrirlos de verdad, siendo escoria para todo lo que realmente está aquí para sacarlos de la esclavitud colectiva.

Entonces ¿quién es el esclavo? ¿El adicto a las drogas o el comprador compulsivo?

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